¿Cómo llegué a Colmenar y como era en esos años? Transcurría la primavera de 1961, venía procedente de Villar de Corneja un pequeño pueblo de la provincia de Ávila. Salí sobre las nueve de la mañana en el correo hasta Piedrahita y allí cogí un correo que me llevó a la capital de provincia, Ávila. El correo hacía parada en el “Hotel Jardín”, de ahí caminando fui a la estación de ferrocarril, cogí el tren que nos llevaría al famoso Madrid, que tanto había oído hablar.
Yo tenía por entonces 15 años y me acompañaba mi hermana Juanita de 12 años, de la cual me habían hecho responsable ya que ella era la primera vez que salía de casa. Yo, aunque muy joven ya había andado tres años fuera de casa con un carro y tenía algo de mundo, pero no conocía la capital de Madrid, ni mucho menos Colmenar. Saqué billete de tercera que era el más económico.
Los asientos de los vagones eran de madera. Era la primera vez que montábamos en tren, era todo un lujo, no parábamos de mirar por las ventanillas y me paseaba de un vagón a otro para ver cómo era este nuevo mundo para mí, el tren. Me llamaba la atención el lujo de los vagones de los que viajaban en 2ª clase.
En Colmenar nos esperaba mi hermano mayor, Francisco, que trabajaba en casa de mi tío Emilio. Mi tío era muy conocido, querido y respetado en Colmenar tenía la fábrica de hielo, la gaseosa la Revoltosa y la famosa casa de comidas “Casa Emilio”. Por aquel entonces ya tenía un camión para el reparto, que hasta hacia muy poco lo repartía con un carro y un caballo. ¿Por qué a Colmenar? Teníamos que ayudar a mi hermano Francisco que había abierto una pequeña tienda de comestibles y licores pertenecientes a la familia. Este establecimiento estaba situado en la colonia Dos Castillas, en la calle Madrid número 17.
Recuerdo que, a la entrada de las Dos Castillas, a la derecha estaba la vaquería del señor Anastasio Arranz y enfrente del supermercado pastaban rebaños de ovejas en las praderas lo que hoy en día es el centro comercial Los Arcos. Más tarde nuestro supermercado sería conocido popularmente con el nombre “La Pradera”, al día de hoy la gente sigue conociéndonos” por los Praderas,” apodo tomado del nombre de este supermercado.
No había pasado mucho tiempo de nuestro viaje en tren cuando los viajeros empezaron a abrir sus fiambreras y a sacar sus bocadillos, aquello parecía un restaurante. Nosotros hicimos lo mismo, sacamos nuestra tortilla y unos tocinos de la matanza y comimos muy bien. Sólo nos faltó la bebida, pero por no gastar esperamos a llegar a la antigua estación del Norte de Madrid. Después nos dirigimos a la calle Raimundo Lulio, donde salían los autobuses de “Los Colas” hacia Colmenar, salían cada dos horas, cogimos el de las cinco de la tarde.
Mientras esperábamos su salida, recuerdo que me sorprendió escuchar el lenguaje que utilizaban los viajeros que esperaban para ir a Colmenar. Conversaciones como éstas:
- “Pero alhaja ¿tú también estas aquí? Sí casta ¿qué es de tu vida macho? Ya lo ves castita”.
- “¿Pero ¿qué haces aquí risión? Ya lo ves galán, hacer unas cositas. ¿Qué haces ahora? Ahí andamos haciendo unas chapuzas en chozas. Buenas la llevas galán.”
Vocabulario muy repetido en todas las conversaciones, palabras que casi han desaparecido en la actualidad.
Una vez ya en el autobús pasamos por el Madrid de aquella época. Al pasar Plaza de Castilla, dejamos atrás Madrid, pasamos por el centro del pueblo de Fuencarral, donde cogió varios viajeros más, que conocían a los que ya estaban dentro del autobús y se volvieron a oír las mismas frases tan características. Cogimos la estrecha carretera hacia Colmenar.
¿ Lo primero que vi?. Nada más pasar Fuencarral, los campos sembrados, muchas higueras y viñas. Al pasar por lo que hoy es Tres Cantos altos centenos hacían preciosos dibujos con el ligero viento y resaltaban el rojo de las amapolas ya florecidas y el azul de los claveles, era un hermoso cuadro en movimiento. Estas imágenes quedaron retenidas en mi mente, adelantamos varios carros, pero uno muy peculiar era el del trapero, que más tarde conocí, cambiaba cacharros por trapos, su nombre era el tío Sebas, tenía la trapería en lo que es hoy la calle Dr. González Serrano muy cerca de los Cuatro Caminos, vendía y cambiaba cacharros por trapos por las calles, cacharros de barro y porcelana. De pronto el autobús de la empresa los Colas aminoro la velocidad, casi parados porque no podía adelantar en esos momentos. Se oyó una voz que decía: “Este es Rogelio”, cuando adelantamos se oyó otra voz que decía: “Ahí te quedas galán. Buenas la llevas, avisaremos que te pongan la cena para cuando llegues”. Rogelio al que más tarde conocí era un persona muy conocida y popular por lo lento que conducía en la carretera. No sobrepasaba los 30 Km. por hora. Era recadero y bajaba a Madrid todos los días. De pronto, en el viaje, una torre muy alta me aviso que pronto llegábamos a Colmenar.
¿Cómo era Colmenar entonces? Lo primero que vi al llegar a la Soledad era una caseta llamada la Alcabala que era como una aduana que había que pasar y declarar los productos y mercancías que entraban en el pueblo y pagar un impuesto sobre el costo, hecho que yo conocía de otros muchos pueblos, Colmenar era un pueblo rural, agrícola y sobre todo ganadero. Había muchísimas vaquerías dentro del pueblo, varias lecherías, vendían leche por las casas. Sé repartía carbón a domicilio con carros de mano, la primera carbonería que vi fue la del tío Pablo en la calle Gómez Pinto, pero había muchas más. Las calles principales estaban de adoquines con alguna que otra boñiga, ya que las vacas tenían que pasar por las calles, para entrar y salir de las vaquerías y los carros agrícolas eran tirados por yuntas de bueyes. Recuerdo en la cuesta de la Soledad cuando subían el grano en carros, que al hacer los bueyes el esfuerzo saltaba chispas sobre los adoquines al contacto con las herraduras. Las basuras eran recogidas en carros de mulas llamados “Volquetes”. O al señor Pablo “el Pregonero” que vivía en la calle la Cuesta, en sus pregones decía: “Por orden del señor alcalde, se hace saber…”. También en ocasiones echó pregones para nosotros diciendo: “Han llegado los de la Pradera al mercado de abastos con frutas muy baratas”. En otras ocasiones con tejidos: “Mantas, sábanas, pantalones … dos prendas por una”, una de las cosas que me llamó mucho la atención como cosa muy curiosa fue que la tía Carina esposa de un Bolito compraba toda clase de huesos aun cuando estos los encontrabas en el campo de una res muerta, cuando en las casas se comía cocido muy habitual en aquellos años se guardaban para venderlos, al parecer se hacía cola para carpinteros.
Al paso por las calles se podía oír los yunques de las fraguas que arreglaban las herramientas a los muchos canteros que había en Colmenar.
Aquellos talleres de costureras y bordadoras dedicadas al bordado artesanal de ajuares para novias, muchos trabajos se vendían en Madrid.
¿Conocen la calle de las Huertas? En ese lugar conocí muchas huertas de regadío. En la parte alta del pueblo había varios melonares de gran sabor, aunque de pequeño tamaño ya que eran tierras de secano.
Las bodegas de vino y licores de granel, recuerdo dos, dedicadas al por mayor y al menor llamadas “Bodegas Ríos”, situada en los Cuatro Caminos, y “Bodega Núñez” en la plaza de la Marina, nos servían vino con carros de mano, a nuestro supermercado “La Pradera”.
El hielo también se repartía con carros de mano. Yo repartí durante algunos años por la colonia de los Remedios y las Calandrionas. Estas barras de hielo, eran de más de un metro. Se vendían por cuartos o media, a cinco pesetas cuarto. Este hielo era utilizado para las neveras de los hogares, ya que para aquel entonces no había neveras eléctricas, también vendían por las calles leche , churros, bartolos que eran una especie de bollos, esta señora que se la conocía por la bollera, recuerdo a un sordomudo con un carro de mano, vendía por las calles del pueblo y en verano por las colonias de veraneo toda clase de botones bobinas de hilo y jabón lagarto y otras cosas, se llamaba Miguel es un borreguero de apodo, le llamaban los chicos de su edad, “ el malo” porque tenía muy mal carácter, en la actualidad sigue viviendo en Colmenar.
Tengo grabado en mi retina, como en una postal, las eras y las trillas situadas en los alrededores que colindaban con el pueblo. Los miles de punteros y bujardas que sonaban como una música sin parar de los canteros en sus talleres en las coladas de alrededor del `pueblo. Son miles las imágenes y recuerdos que conservo de aquel tiempo. Con lo que he narrado creo que todos ustedes pueden darse cuenta de que en aquel entonces Colmenar era un pueblo rural, pero apuntaba un cambio, aquel capullito de rosa, se estaba abriendo a la luz, a un nuevo mundo, un lucero alumbraba. No solo este capullito de rosa se abría en el país, miles de flores se estaban abriendo a un nuevo porvenir y con sus perfumes dar un nuevo cambio al país de prosperidad y progreso.
Se empezaba a notar el plan de estabilización Económica anunciada por el gobierno en junio de 1959, el fuerte crecimiento del turismo, el comienzo de grandes inversiones extranjeras en España, llegaron a cuarenta millones de dólares en 1960, creciendo hasta trescientos veinticinco en 1965 y doblando la cifra en 1970. Esto permitió una impresionante mejora en la balanza de pagos del gobierno. Empiezan en este momento los cimientos del milagro económico español de la década de los sesenta.
En 1961, en Colmenar existían la colonia los Remedios y las Dos Castillas con unas trescientas familias de veraneantes. Estos cambios económicos hacen que en muy pocos años más se construya las colonias de San Crispín, La Magdalena, Las Torres, Las Vegas, etc. dando un cambio espectacular a este pueblo rural y este país.
Colmenar me dijo:
Como una flor entra en boca,
volverás de nuevo,
a posarte en mis ramas,
y volverás a mis brazos
como a pedir de boca.